
"DEDICADO A MI ABUELO PEPE, VALIENTE SOLDADO DIVISIONARIO"
Aunque no me gusta colocar en estas paginas articulos de otros lugares, en este caso me gustaria hacer una excepcion ya que este articulo, publicado en el "Observatorio de la Reserva Española" sobre el papel de los voluntarios españoles en el lado aleman en la Segunda Guerra Mundial, despues de haber sido repratriada casi en su totalidad la Division Azul, me parece muy objetivo y sobre todo resume de manera magistral tanta historia de aquellos que un dia decidieron dejar su patria para luchar por un ideal y una forma de ver las cosas, cuando ya parecia todo perdido.
Espero que os guste y que lo disfruteis como yo lo he podido hacer.
Cultura de Defensa
Los Soldados Españoles de Hitler
por César Pintado Rodríguez 15/12/2009
Los Soldados Españoles de Hitler
por César Pintado Rodríguez 15/12/2009
La División Azul es posiblemente la unidad española más famosa de la Historia. La contribución española a la causa aliada es cada vez mejor conocida. Pero la historia de los que lucharon en los ejércitos alemanes es aún casi un misterio.
Primero de abril de 1939, el Bando Nacional ha ganado la Guerra Civil y el gobierno de Franco está en deuda con el Tercer Reich. Aunque España se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno promovió la iniciativa de enviar a Rusia una división de voluntarios y un escuadrón de caza organizados por la Falange. Estados Unidos, la Francia Libre y Gran Bretaña protestaron por esa violación de la neutralidad. A medida que el curso de la guerra se volvió contra el Tercer Reich, Franco acabó cediendo a la presión política y puso fin a toda ayuda a Alemania.
La contribución militar española a la Campaña de Rusia acabó en la primavera de 1944, cuando fueron repatriados los últimos soldados de la Legión Azul. Los 1.200 hombres de la Legión Azul habían reemplazado en noviembre a la División Azul, pero aquello no era el fin de los españoles en aquella guerra. Al mismo tiempo que los últimos voluntarios regresaban a España, otros compatriotas cruzaban la frontera en dirección contraria.
Desde finales de 1943 hasta el fin de la guerra, varios cientos de españoles se alistaron en la Wehrmacht y en las Waffen SS. Mientras que algunos buscaban aventura o sencillamente una paga, estos voluntarios también representaban el apoyo persistente de ciertos sectores de la población a ese Nuevo Orden que evitaría los errores del comunismo y de la democracia liberal. Nunca fueron muchos y su presencia fue menos significativa de que esperaban, o al menos de la manera que habrían querido. En lugar de ser la vanguardia de una nueva Europa, la mayoría de ellos murió en la debacle del Tercer Reich y lo que hicieron permaneció como un borrón para un gobierno que acabó etiquetado como estado colaboracionista y fue aislado políticamente hasta mediados de los 50.
Mientras que hay más de 200 libros, películas, artículos y otros trabajos sobre la División Azul, la historiografía de los españoles que siguieron con los alemanes es mucho más limitada. Dos libros de Fernando Vadillo y Carlos Caballero Jurado se basan en entrevistas y en documentos mayoritariamente no atribuidos para pintar un retrato de estos voluntarios. La cuestión de los voluntarios españoles de las SS también se trata en una disertación de Kenneth Estes, pero se engloba en la de los voluntarios europeos occidentales. Los trabajos sobre las Waffen SS de Mark Gingerich, Bernd Wegner, Robert Koehl, George Stein y Felix Steiner prestan poca o ninguna atención a los voluntarios españoles, cuya experiencia fue muy distinta a la de otros voluntarios extranjeros. Aparte de un puñado de suecos, suizos y finlandeses, los españoles fueron los únicos europeos que se unieron a la Wehrmacht y a las Waffen SS sin estar ocupados por Alemania.
Hacia mayo de 1944, cuando todos los militares españoles abandonaron el Frente del Este, las pérdidas habían sido elevadísimas: 4.500 muertos, 8.000 heridos, 7.800 enfermos, 1.600 afectados de congelación y 300 prisioneros, desaparecidos o desertores. De los 47.000 españoles que sirvieron en Rusia, 22.000 fueron bajas. Con unos problemas de personal cada vez más acuciantes, los alemanes estaban dispuestos a aceptar casi cualquier fuente de recursos humanos y empezaron a idear formas de retener a sus aliados españoles.
Algunos españoles se negaron a ser repatriados, pero tan pocos que no supusieron una contribución significativa. Sin embargo, en España algunos voluntarios habían empezado a buscar oportunidades para unirse a los alemanes. Kenneth Estes escribió que estos voluntarios incluían “soldados de fortuna, antibolcheviques convencidos, y los que buscaban mejores oportunidades de empleo y condiciones de vida”. Tras la devastación de la Guerra Civil, el hambre y el desempleo asolaban España. El 27 de enero de 1944, José Valdeón Ruiz y dos amigos suyos atravesaron ilegalmente la frontera con Francia con la intención de alistarse en la Wehrmacht.
Durante los siguientes ocho meses, hasta que los Aliados expulsaron a los alemanes de los Pirineos, cientos les imitaron. Las SS incluso establecieron una unidad en España y en la Francia Ocupada, la Sonderstab F, para reclutar a esos fugitivos y proporcionarles transporte a Alemania, contratos de trabajo y documentos de identidad. Tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores como el embajador alemán en Madrid se oponían a estas actividades, ya que Franco intentaba desengancharse del cadáver del Eje. Pero tanto la Falange como algunas agencias alemanas colaboraban en este esfuerzo. En una semana de enero de 1944, más de 100 españoles se presentaron voluntarios para el servicio militar en la embajada alemana en Madrid. Los que atravesaban la frontera eran llevados en tren a un campo de tránsito cerca de Versalles hasta que llegaron a los 300 en mayo de 1944.
Una tercera fuente de voluntarios fueron los trabajadores que ya estaban en Alemania. Al comienzo de la guerra, Franco había enviado a 25.000 trabajadores voluntarios a Alemania. Ya que sus fábricas eran bombardeadas y eran desplazados por los ataques aéreos, algunos de esos trabajadores intentaron abandonar el país alistándose en la marina mercante alemana con la esperanza de llegar a algún país neutral. Eso era bastante arriesgado, ya que los Aliados se encargaban de que los barcos alemanes durasen poco en el mar. Otros voluntarios, aun comprometidos con la causa nazi, se unieron a la organización Todt, a una fuerza laboral militarizada, a la Wehrmacht o a las Waffen SS.
A estos se añadieron los veteranos de la División Azul que solicitaron al gobierno español ser enviados a Alemania como trabajadores, esperando tener preferencia por su servicio anterior. Los alemanes estaban encantados de contratarles, pero el gobierno español invalidó esos contratos. Además de retirar las tropas, Franco canceló el programa de trabajadores voluntarios a finales de 1943, con la promesa de reanudarlo si Alemania lo necesitaba. Pocos de estos voluntarios pudieron llegar a Alemania privados del apoyo oficial.
Los que lo consiguieron se unieron a otros salidos de otras partes del Reich y fueron enviados al centro de instrucción de Stablack Sud Steinlager en Prusia Oriental. Para el Día D, había ya más de 400. En Stablack, los españoles se dividieron en dos batallones y se desplegaron a las afueras de Viena para ocho semanas de instrucción dirigidos por oficiales veteranos de la División Azul. Entre el 8 de junio y el 20 de julio de 1944, otros 150 españoles se unieron al Batallón Fantasma, como lo llamaban sus integrantes. El nombre significaba dos cosas: primero, la dudosa existencia de la unidad tras los acuerdos firmados por los gobiernos de ambos países; y segundo, que el conocimiento de la unidad se extendió más como un rumor que por declaraciones oficiales.
Según el agregado policial español en Roma, que mandó un detallado informe de la unidad, los voluntarios insistían a los alemanes en que no querían tener oficiales españoles por encima de ellos. Temían que eso perjudicase al régimen de Franco, que se había comprometido a que no habría más soldados españoles luchando por el Eje. La unidad se desarrolló con una mezcla de oficiales subalternos españoles y alemanes, pero incluso los que habían tenido empleo de oficial en la División Azul tuvieron que alistarse en el Batallón Fantasma como tropa y ganar su empleo por méritos de guerra. El jefe de la unidad era el capitán de las SS Wolfgang Graefe, un antiguo oficial de artillería que había sido agregado a la División Azul.
Mientras ellos se sometían a una larga instrucción, otros comenzaron enseguida a servir en el Sicherheitdienst, el servicio de seguridad de las SS. Algunos de ellos eran incluso exiliados republicanos que habían espiado y luchado contra los españoles en la Resistencia Francesa y contra los Aliados en Normandía. La embajada española en Berlín estimaba que en el verano de 1944, había unos 1.500 españoles trabajando para los servicios de seguridad alemanes en Francia.
Otros movimientos colaboracionistas en Europa también proporcionaron voluntarios a los alemanes. Por ejemplo, unos 10.000 franceses lucharon en unidades como la Légion des Volontaires Français o la Charlemagne Division de las Waffen SS entre 1941 y 1945. La mayoría de esos voluntarios fueron reclutados en 1943 y 1944 entre miembros de la Milice y otros colaboracionistas que huyeron de Francia por miedo a las represalias. Al igual que los españoles, lucharon mayormente en el Frente del Este y algunos en la defensa de Berlín. Otros voluntarios de Europa Occidental también se unieron a las SS, bien por razones románticas o por formar parte de organizaciones políticas más o menos afines al nazismo, prefiriendo arriesgarse luchando del lado alemán antes de hacer frente a las futuras represalias en sus países.
Los alemanes, que se afanaban en encontrar más soldados, habían reclutado a unos 450 españoles para servir en las Waffen SS para junio de 1944. Esto provocó una protesta airada de la diplomacia española, de la que los alemanes hicieron caso omiso. Los españoles que se unieron a la causa alemana lucharon sobre todo en el Frente del Este, pero también en los Balcanes, contra la Resistencia en Francia y en la defensa final de Berlín. Es difícil estimar cuantos de estos voluntarios procedían de la División Azul, pero de los 47.000 que sirvieron en ella, hubo algo menos de 400 que no volvieron a España excluyendo desertores identificados, prisioneros y fallecidos. De ellos, 34 eran oficiales (sólo uno de empleo superior a capitán), 139 suboficiales y 210 tropa. La cifra estimada de españoles que lucharon para el Tercer Reich después de junio de 1944 es algo inferior a 1.000.
Un español que destacó entre todos en las SS fue Rufino Luís García Valdajos. Nacido en 1918, se alistó en la División Azul a finales de 1942 y se quedó hasta marzo de 1944, cuando prefirió quedarse en Alemania antes de ser repatriado a España. Consiguió un puesto en el Sicherheitsdienst y trabajó contra la Resistencia Francesa hasta que los alemanes le obligaron a retirarse a finales de 1944. En febrero de 1945, ya como teniente de las SS, solicitó a la Oficina Central de Raza y Reasentamiento el permiso para casarse con una berlinesa, Ursula Jutta-Maria Turcke. Tras determinar que ninguno de ellos tenía ascendencia judía, se les concedió el permiso.
Aunque el caso de García-Valdajos está mejor documentado que la mayoría por su solicitud de matrimonio, no fue el único. La mayoría de los voluntarios eran hombres muy jóvenes que para consternación del gobierno español abandonaron España para unirse ilegalmente al esfuerzo bélico alemán. Como informó el embajador español en Berlín al Ministerio de Asuntos Exteriores, era muy poco probable que los alemanes entregasen esos recursos humanos a un régimen cada vez más distanciado de ellos, especialmente cuando muchos de esos voluntarios no querían regresar a España.
Los Aliados protestaron enérgicamente contra esa “colaboración no oficial”. A los norteamericanos y a los franceses les preocupaban especialmente las docenas de españoles que servían en la Gestapo en Francia y los rumores de que había cientos preparados para unirse a ellos. El Ministerio de Asuntos Exteriores negaba vehementemente esos alistamientos y alegaba que debía tratarse de expatriados comunistas motivados por el espíritu de aventura o la necesidad económica. El gobierno español argumentaba que en cualquier caso, el número de esos voluntarios era mucho menor al de los españoles que luchaban con los Aliados. Según el ministro Serrano Suñer, el gobierno no había autorizado ni autorizaría que los españoles sirvieran en las fuerzas alemanas, fuesen o no veteranos de la División Azul. En cambio si admitió saber que muchos españoles se habían unido a la Resistencia Francesa y que luchaban para los Aliados en el norte de Italia. Pero declaró que, a pesar de esos alistamientos en ambos bandos, España no se desviaría de su “estricta neutralidad”.
El Ministerio de Asuntos Exteriores, a pesar de sus declaraciones, estaba bien informado del servicio ilegal de los españoles en la Gestapo, las Waffen SS y la Wehrmacht. En primavera de 1944 tenía informes confirmados de las embajadas sobre los españoles que se unían a los ejércitos y servicios de seguridad alemanes. Esta información vino principalmente de veteranos españoles que empezaron a aparecer en las legaciones, consulados y embajadas a principios de 1944. Hablaban de servicio en los Balcanes, en Francia y en el Frente del Este. Aunque muchos habían servido en la Wehrmacht, la mayoría había estado en las Waffen SS.
El ministerio sabía que el reclutamiento de los españoles tenía lugar tanto en España como en la Europa ocupada. El Deutsche Arbeitsfront de Madrid, que antes había contratado a trabajadores de forma abierta, era responsable de gran parte del reclutamiento, proporcionando documentación, fondos e instrucciones para los españoles dispuestos a alistarse. También se sospechaba que elementos de Falange también colaboraban en el reclutamiento. En agosto de 1944, un funcionario mandó una carta al secretario general de Falange Jose Luis Arrese, preguntando si sabía algo de un grupo de 400 falangistas que se estaban preparando para unirse a las fuerzas alemanas de ocupación en Francia. Para el gobierno de Franco, admitir el conocimiento de esas actividades habría significado su incapacidad para erradicarlas, pero tampoco podía obviarse la posibilidad de represalias por parte de los Aliados.
Los españoles sirvieron en diversas unidades, la mayoría en las compañías 101 y 102 de la Spanische Freiwilligen Einheit. Otros en la 3ª Compañía del III Batallón de la División de las SS de Leon Dégrelle. A la unidad belga le resultó fácil reclutar a los españoles, cuyo temperamento solía chocar con la disciplina prusiana preconizada por los alemanes. Otras unidades se organizaron a finales de 1944 para intentar contener a los Aliados en el Norte de Italia, en Postdam, en la frontera franco-alemana y en otras partes. En Italia se hizo famosa la unidad del teniente Ortiz. Estas unidades, al contrario que la División Azul, se ganaron una reputación de valor y lealtad mezclada con acusaciones de saqueo y violaciones. Otros españoles llegaron a servir con los comandos de Otto Skorzeny en la Batalla de las Ardenas.
La compañía 101 realizó una acción desesperada de retaguardia cerca de Vatra-Dornei, Rumanía, defendiendo los pasos de montaña de los Cárpatos contra el Ejército Rojo y las guerrillas rumanas. Abandonados por sus aliados, unas pocas docenas de supervivientes de los 200 originales alcanzaron territorio austríaco y quedaron acuartelados en Stockerau, al norte de Viena. La 102 había luchado contra los partisanos de Tito en Eslovenia y Croacia y finalmente fue acuartelada en Hollabrunn, cerca de sus compañeros de la 101.
Miguel Ezquerra, un veterano de la División Azul que ahora tenía el empleo de capitán de las Waffen SS, mandó otra pequeña unidad en la Batalla de las Ardenas. Anteriormente había servido con sus hombres en tareas de contrainteligencia en Francia. La llamada Unidad Ezquerra estaba estrechamente ligada al general Wilhelm Faupel, antiguo embajador en Madrid, y a su Instituto Iberoamericano, un centro en Berlín que promovía las relaciones hispano-alemanas y nazi-falangistas. En enero de 1945 se encomendó a Ezquerra, ya con el empleo de comandante, que reuniese a todos los españoles que pudiese e una sola unidad. Para más disgusto del gobierno español, los hombres seguían portando en sus mangas el emblema de la División Azul con la leyenda “España”. A pesar de los intentos de disuasión del gobierno, en octubre de 1944 seguía habiendo voluntarios para ir a trabajar a Alemania.
Incluso el Instituto Iberoamericano se había vuelto contra el gobierno de Franco en una rocambolesca maniobra . A principios de 1944 tomó el control de Enlace, un periódico para los trabajadores españoles en Alemania publicado por la embajada española entre 1941 y 1943. Faupel se hizo con el control al pagar las deudas del periódico con el gobierno alemán. Fue nombrado editor Martín Arrizubieta, un ex sacerdote vasco y antiguo capitán del Bando Republicano en la Guerra Civil. Faupel estaba resentido contra Franco por haber pedido a Hitler su sustitución como embajador en Madrid en 1937, así que el periódico tomó una línea editorial decididamente antifranquista, promoviendo una extraña mezcla de nazismo y separatismo vasco. Ya que conservaba la misma denominación, sus encendidos editoriales provocaba la confusión de los remanentes de la comunidad española en Alemania, que Faupel pretendía controlar. Con la ayuda de su mujer Edith, se ganó a la mayoría de los falangistas que quedaban en Berlín con la esperanza de poder usarlos en el futuro para derrocar a Franco. A pesar de las protestas del gobierno español, las autoridades alemanas nunca silenciaron a Faupel ni a su diario Enlace. Estaba claro que la relación hispano-germana ya no era la misma.
El Ejército Rojo lanzó su ofensiva final contra Berlín el 16 de abril de 1945 en una de las mayores operaciones de toda la guerra. Contra el consejo de sus asesores, Hitler decidió quedarse hasta el final. La batalla de Berlín resultó ser un enfrentamiento internacional, con un Ejército Rojo multiétnico luchando por el control del último bastión del Reich contra unas fuerzas predominantemente alemanas, pero que incluían franceses, noruegos, daneses, italianos, holandeses, rumanos, belgas, húngaros y españoles. Los acentos españoles podían oirse con frecuencia en esa legión extranjera alemana en que se habían convertido las SS.
En 1945, el Reich estaba ya reducido a una franja de terreno de Europa Central que se extendía desde los Alpes al Ártico Noruego. Muy pocos esperaban ya la victoria final y la fantasía era lo único que quedaba. ¿Qué podían hacer los españoles? Habían tomado su decisión y aquella primavera no era un buen momento para cambios de opinión. Para la mayoría se trataba de una situación desesperada. La rendición significaba la prisión o la muerte. La deserción era un delito penado con la muerte. Para los defensores de Berlín, españoles o de otra nacionalidad, quedaba poco más que el consuelo de morir entre sus compañeros.
Entre enero y abril, la Unidad Ezquerra luchó en lo que quedaba del Frente del Este, sufriendo cuantiosas bajas sin mucho resultado. Tras más reclutamientos, la unidad no podía ofrecer más que unos 100 hombres para la defensa de Berlín. Un periodista llamado Rodríguez del Castillo usó sus contactos en el Partido Nazi, el Deutche Arbeitsfront y el Ministerio de Armamento para conseguir salvoconductos y permisos de salida para varios cientos de trabajadores españoles.
La mayoría de los españoles permanecieron en sus puestos, algunos sobrevivieron y otros no. Entre los primeros estaba Miguel Ezquerra, que acabó siendo profesor de escuela. Franco, que declaró en 1942 que podría mandar a un millón de españoles a defender Berlín, se retiró bajo la presión aliada en cuanto cambió el curso la guerra. Los voluntarios españoles respetaron su juramento hasta la muerte, para bien o para mal.
La presencia de los voluntarios españoles en la fase final de la guerra representó un fracaso de la política exterior española, que se caracterizó desde 1943 por un progresivo distanciamiento de la Alemania Nazi. Irónicamente, el mayor impacto del Batallón Fantasma fue socavar la política exterior de Franco. Después de la guerra, el régimen fue etiquetado de colaboracionista y excluido de la ONU, del Plan Marshall y de las alianzas occidentales hasta 1953. España no pudo cortar lazos con el Tercer Reich tan rápida y limpiamente como Franco habría querido y su cadáver le siguió lastrando durante una década más.